VOLVER A TENER A ROBERTO


Por Alfredo Parga

Es que Mouras constituye un inolvidable referente de un tiempo diferente...
Lo encuentro a la vuelta de cualquier esquina de la historia del ruido. De pie. Con su pálida sonrisa, apenas insinuada, y una mano que se tiende firma. Sin titubeos. Roberto llego siempre de frente. Sin ampararse en excusas ni disimulos.
Una vez mas digo que las cosas las dispone el destino. A Roberto le tocaba participar en una de las etapas más ricas y formidables del TC. Cuando empezaba a ser difícil usar de los caminos. Cuando las prevenciones le ponían vendas a la inteligencia. Y muchas cosas se hacían sin ton ni son. A favor del entusiasmo de la gente que no tenía barreras para ir a las carreras. Y entusiasmarse con sus batallas.
Recrear su trayectoria es desandar más de dos décadas de confrontaciones inolvidables que tenían tono el encanto del viejo cuño. “Las tiraditas”, “la puesta a punto en algún pedazo de camino desolado”. “La misa de trabajo de aquellos talleres a veces mal iluminados”, bendecidos por la fecundidad del ingenio artesanal de los mecánicos autodidactas que todavía no conocían el lenguaje de la aerodinámica. Que se apoyaban en la exuberante potencia de un motor y en la conducción con la mejor mano de un aparato de una larga tonelada de peso, que el fervor popular asimilaba para convertirlo en su bandera.
Roberto, en ese trepidante mundo, es un símbolo químicamente puro, con flancos delicados por los que asomaba su bondad. Como aquella obra sostenida a escondidas, para ayudar a un montón de chicos que no tenían que comer. Ni que calzar. Ni una mano amiga que de cuando en cuando, descansando en su cabecita, le transmitiera el amor que les faltaba en sus cortas vidas...
Lo tengo como él ultimo piloto científico del TC. Sé de sus exposiciones deportivas. De sus tácticas y de sus estrategias. De sus cálculos y de su tremenda fuerza. Un toro de la competición. Y sé que el toro es un noble animal que ingenuamente encara él desafió con el matador, sin recular en el intento.
No puede estar en el pasado, porque sigue siendo presente, aunque aquellos caminos que entonces recorría el TC fueran desdibujados por el progreso que no tiene tiempo para fastidiarse con la nostalgia. Como si la nostalgia no fuera la savia que permite recordar para ser mejor. Para no repetir el viejo error. Para enmendar lo equivocado.
Aquí esta. De pie, entero. Contradiciendo sin forzar la voz, aquel golpe del camino de lobos que ronda Lobos. Artero.
A veces me golpea la llovizna que caía en la plaza central de Carlos Casares, cuando marchaba camino de la misa que hombres y mujeres tristes entonaban para acompañarlo. Yo no le diré nunca adiós.
Prefiero mantener el calor de mano. Seguirlo escuchando. Y saber que lo tengo aquí. Y que lo necesito para continuar disfrutando de una memoria que se nutre de buenos ejemplos. De entregas absolutas. Del suave aire de un tiempo en el que muchos pensábamos que la muerte era una señora indeseable que jamás interrumpiría nuestros pasos.
Roberto Mouras esta. Y esto es lo que realmente importa. No estoy llorando. Es aquella maldita llovizna indiferente...


Fuente Revista Coequipier.

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